lunes, 9 de noviembre de 2009

Gloria a un cine sin gloria


Rainer Tuñón Cantillo

En la actualidad, las películas sobre la Segunda Guerra Mundial no despiertan mucha simpatía ante las grandes audiencias, pues la industria sigue orientando hacia otras latitudes de la violenta historia de la humanidad y las particularidades de nuestra vida cotidiana; no obstante, cuando un director como Quentin Tarantino decide echarle una visita a este género casi olvidado, nos encontramos ante la obra de un autor que pesa más por la riqueza de técnica, estilo y amor al cine que por la simple narración de un relato bélico más.

Lo anterior se refleja primero al seleccionar como proyecto cinematográfico, una revisión al cine B italiano post espagueti western con el filme “Quel maldetto tren blindato”, re titulada con gran tino como “Bastardos sin gloria”, con Bo Svenson y Fred Williamsnon, dirigida en 1977 por Enzo Castellari, aquel artífice de los “Guerreros del Bronx” que veíamos en los desaparecidos cines “Roxy” y “Amador” en las tardes de algunos días de semana.

Si bien, el proyecto “Bastardos sin gloria” de Tarantino, supone un tributo a este pequeño filme de Castellari en el cual un grupo de renegados debe asaltar un tren blindado alemán fuertemente custodiado, con el objetivo de robar el giroscopo de un cohete, tomando como referente inmediato el clásico de Robert Aldrich “Los 12 del patíbulo”, Tarantino da el giro esperado al convertir este mínimo homenaje al cine de bajo presupuesto en una joya que pone en valor el estatus del cine como un extraordinario medio masivo de comunicación consciente de la intención, la persuasión y el resultado emocional ante la vista del espectador. Y en qué mejor momento para contarlo, con un drama violento de guerra, que toma elementos de ficción y realidad y se permite las conocidas licencias del cine habitual de Quentin.

Sólo por mencionar referentes importantes en este filme: Josef Goebbels, Leni Riefenstahl y Georg Wilhelm Pabst ocupan líneas importantes de diálogos, así como la reflexión sobre el dominio judío en la industria del cine norteamericano con la supremacía del magnate del entretenimiento Louis B. Mayer.

La historia poco gloriosa
En la Francia ocupada por los Nazi, un octeto variopinto de violentos soldados norteamericanos judíos liderados por un teniente de tradición apache, muy apasionado al escalpar y tallar a los militares alemanes que dejan escapar una esvástica en la frente para que “no sean olvidados”, llamado Aldo Raine (Brad Pitt), se reúne con un sicópata militar alemán y forman el comando élite que persigue a los nazis hasta darles la muerte que se merecen.


En paralelo, conocemos Shoshanna (Mélanie Laurent), la única sobreviviente al asesinato de su familia en manos del Coronel Hans Landa (Christopher Waltz), quien años más tarde logra crear una nueva identidad como operadora y propietaria de un cine, pero se convierte en el objeto del deseo de un mítico héroe alemán, el soldado Zoller (Daniel Brühl), a quien Goebbels le propone convertir su hazaña en un filme de propaganda de primera escala.

La historia entre estos personajes se conecta cuando el escuadrón del teniente se une a la actriz y agente secreta Bridget von Hammersmark (Diane Kruger) en una misión que fulminará a los líderes del Tercer Reich y que tendrá como escenario definitivo la sala de cine de la bella judía perseguida por Landa, sitio propuesto por Zoller para el estreno mundial de ese clásico del cine alemán.

¿Bastarda sin gloria?
Como filme de guerra, por tratarse de ficción “Bastardos sin Gloria” no resiste el rigor histórico; sin embargo, a la hora de disfrutarlo como una experiencia Tarantino, podemos decir que le es fiel a su estilo tanto narrativo como de dirección y supone el momento de madurez de un autor inusual e irrepetible que ama al séptimo arte.


Por cierto, se piensa que este filme es el trabajo más completo del director y al mismo tiempo sus detractores manifiestan que es lo peor que ha hecho a la fecha. Independientemente de las críticas, es posible que hasta el mismo Tarantino crea que es el producto mejor concebido, si nos detenemos por ejemplo en la escena en la cual Hitler le comenta a Goebbels en el estreno de la película: -“es tu mejor cinta”- y al final del filme el teniente Aldo Raines (Pitt) termina de tallarle en la frente de Landa la esvástica y su compañero le dice “es tu obra maestra”.

De momento, estamos ante una obra importante que debe ser vista por quienes entienden la importancia de comunicar y además disfruten el buen cine B llevado a la gloria.

La cotidiana paranoia suburbana


Rainer Tuñón C.

Cuando la percepción de la violencia lleva a determinados grupos a vivir alejados de las balas perdidas y el desastre generado por la elevada criminalidad, surgen soluciones que en principio garantizan ciertos niveles de seguridad, y en su defecto se van activando programas que intentan crear una cultura de seguridad ciudadana, promoviendo la convivencia pacífica en las comunidades para que haya integración de los residentes en beneficio del orden ciudadano.


Hace algunos días, revisando las cifras del Informe sobre Desarrollo Humano para América Central cuyo enfoque va en la línea de seguridad ciudadana y luego de una visita sorpresa al videoclub, me llamó la atención un título mexicano llamado “La Zona” (por cierto, lo presentaron hace unos días en una muestra de cine reciente en ciudad de Panamá), que narra en tono de “thriller”, la exageración de las acciones de seguridad ciudadana, al margen absoluto de la ley.


En este filme mexicano, dirigido por el uruguayo Rodrigo Plá, unos muchachos cruzan la muralla que divide un barrio pobre del exclusivo residencial: “La Zona”, en una noche lluviosa, con intenciones de robar.


Dos de ellos mueren y uno se esconde en una casa, pero el hijo de uno de los “zonianos” lo encuentra oculto en la residencia; mientras, los miembros de la Junta Directiva del grupo que administra los intereses de la barriada aboga por “eliminar” el problema, no contarle a la policía y ocultar todos las evidencias posibles, por el bien de la comunidad.


Como los dueños de las casas del residencial tienen un sofisticado sistema de vigilancia perimetral y guardan alguna “relación” con la policía, se logra pausar al brazo de la ley, sin embargo un agente de policial, molesto por la situación de privilegios de estos supra ciudadanos, decide investigar hasta dar con el paradero de los muchachos que se metieron en La Zona.


De esta manera, la comodidad y la seguridad del modelo sub urbano es una fachada de la línea amoral e inescrupulosa de un sector de la sociedad que utiliza la paranoia cotidiana para ofrecer como respuesta de seguridad, la aplicación de medidas que se pasan de la línea de lo legal, por aquello de conservar la paz y armonía.



Cuando los vecinos atacan…

En el cine norteamericano vimos un ejemplo de la mano de M. Night Shyamalan (“El sexto sentido) cuando nos introduce en “La Aldea”, una cinta que nos transporta hacia una comunidad que vive en el siglo XIX dentro de un bosque, que vive ligeramente atemorizada por unos seres denominados los “innombrables”, y para prevención y vigilancia, construían torres de vigilancia y colocaban banderas amarillas alrededor de la aldea, alegando que el color amarillo los protegía.


Al final conocimos una realidad social llevada a la hipérbole, pero con un valor de reflexión muy puntual, sobre todo por la realidad tan violenta que tenemos.
Claro está, las acciones de los vecinos también se han visto reflejadas en otros géneros, siendo “La jauría humana”, de Arthur Penn, el ejemplo mejor estudiado, pues en esta cinta se analiza el posible linchamiento de un hombre que se ha escapado de un penal y vuelve a su localidad sólo para darse cuenta que sus convecinos se dedicarán a cazarlo.


Y qué decir del mito de Rambo, en donde las autoridades se dedican cazar al veterano de Vietnam por vagabundear y resistirse a una acción de arresto; o del residencial de policías corruptos que hacen todo lo que esté al margen de la ley para proteger el vecindario, visto desde el ángulo eficaz de James Mangold en “Tierra de Policías” (por cierto, ambas son protagonizadas por Sylvester Stallone).


Posiblemente, una de las más irónicas y graciosas miradas a la paranoia sub urbana la imprime Joe Dante (“Gremlins”) cuando recrea las vivencias de los residentes de un típico barrio gringo de clase media-alta, cuando los “vecinos vigilantes” empiezan a sospechar de los Klopek, recién mudados elementos que nunca salen de casa y que en el sótano ocurren cosas extrañas.


En el caso de “La Zona”, más allá de llevarnos a la realidad de las marcadas divisiones de clase evidentes en el filme, lo interesante del filme lo aporta una reflexión latente sobre la seguridad y las medidas que adoptamos como ciudadanos, que al calor de los eventos violentos, podemos convertirnos en seres que actúan de manera irracional, y peor aún, al margen de la ley.

El Monstruo Leñador, asesino de sicópatas

Rainer Tuñón C. La navegación sin rumbo fijo entre títulos del catálogo de Netflix nos lleva a encontrarnos con inusitadas curiosidades. Apa...