Rainer Tuñón C.
La filmografía de Steven Soderbergh es ecléctica, sin duda alguna, pero
muy efectiva cuando se propone alcanzar el equilibrio entre el cine de calidad
y la película que el público siente que está hecha a su medida.
Así, por cada experimento como “Schizopolis”, “Gray’s Anatomy”, “Bubble”,
“El buen alemán”, “Full Frontal” o “La experiencia de la novia”, suele ofrecer interesante
películas de envidiable factura técnica y narrativa.
Disfrutamos de un cine comercial que respeta a la audiencia con ejemplos
de la talla de “Indomable” (con la campeona de artes marciales mixtas Gina
Carano), “Magic Mike” (impecable actuación de Matthew
McConaughey), “Contagio” (con un
extraordinario reparto que incluía a Gwyneth Paltrow, Jude Lay y Marion
Cottillard), “Ocean’s Eleven” (George Clooney, Brad Pitt, Matt Damon), “Erin
Brockovich” (el Oscar de Julia Roberts); así como las experiencias densas y
gratificantes de “Tráfico”, “Che: El Argentino”, “Che: Guerrilla” (las tres con
Benicio del Toro), “El desinformante” (Matt Damon), “The Underneath” (con Peter
Gallagher), “The Limey” (con Terence Stamp), “Kafka” (con Jemery Irons) y definitivamente
“Sexo, mentiras y vídeo”, su mítico debut (con Laura San Giacomo, Andie MacDowell
y James Spader).
En su penúltimo trabajo como director (ya se estrenó “Behind the
Candelabra”, bio épica sobre el pianista Liberace, interpretado - según los críticos que la vieron desfilar
por Cannes - con gracia y autonomía sexual por un impecable Michael Douglas),
Soderbergh apuesta y gana con un thriller médico que logra sorprender a la
audiencia acostumbrada a analizar con lupa técnica y científica los filmes de
este realizador estadounidense.
Si bien la primera parte de “Efectos Secundarios” permite al espectador sumergirse
en el mundo de los fármacos y sus formas de tratamiento para ayudar a pacientes
con diagnósticos atendidos en psiquiatría, luego va tomando curvas peligrosas
en el cine de fácil entrega, combinando el thriller proporciones hitchkconianas
con unas gotitas eroticonas de lo mejor de Adrian Lyne ("Atracción Fatal"), Brian
de Palma (“Vestida para matar”) o Paul Verhoeven (“Bajos instintos”), pero siendo
fiel a su arrebato narrativo.
En esta película vemos cómo el futuro de una joven pareja de Nueva York,
que disfruta del estilo de vida placentero, se desmorona una vez el esposo
(Channing Tatum - uno de los nuevos favoritos del director -) cae preso por
abusar de información privilegiada en el mercado de valores, y éste al salir,
debe aceptar que su esposa (Rooney Mara, la hacker de “La chica del dragón
tatuado”) sufre de un cuadro depresivo que no puede superar. Tras un intento de
suicidio, un psiquiatra (Jude Law) acude en su ayuda y le receta una droga
experimental anti depresiva para calmar su ansiedad. Pronto, posiblemente, por
algún efecto secundario de la droga, la esposa asesina a su pareja y debe
enfrentar a la justicia dada las condiciones en que se dieron los hechos.
Si bien, el argumento nos plantea un conflicto ético y científico sobre
el tema de la depresión y sus consecuencias, Soderbergh gira el timón y dirige
una segunda mitad a bordo de un eficiente thriller sicológico que involucra a
otros personajes que van llevando al público hacia un terreno ya conocido, que
no deja de impactar. Puede notarse algo clisé para el género en sí, sin embargo
la sensación que logra el guión de Scott Z. Burns, conocido por su trabajo en “El
ultimátum de Bourne”, así como en las previas de Soderbergh “El desinformante”
y “Contagio”, es placentera, sin la intención de elaborar un complejo estudio técnico,
y atendiendo al entretenimiento puro.