lunes, 3 de septiembre de 2018

Sin filtros, "remakes"... ni pepitas en la lengua



Rainer Tuñón C.

Existe una nueva tendencia en el cine. “Es tan dos mil y pico…” Películas latinas con más "remakes" en el mundo. Este ejercicio parecer ser muy bueno y lucrativo para sus creadores, porque de una forma muy particular se logra contar una misma historia y se le agrega la idiosincrasia, calorcito y estereotipos particulares de cada mercado, pero también juega en contra del producto en sí por tratar de contar -en esencia- el mismo relato, con distintos acentos, sin que se aporte nada diferenciador, y peor aún, cuando la fuente no precisamente es una gran película.

En el 2005 vimos la tragicomedia argentina “Elsa y Fred”, de Marcos Canevalle, descrita como un romance otoñal y luego fue llevada al cine anglosajón por el realizador Michael Radford (“El cartero”), con Christopher Plummer y Shirley McLane, para luego darse su viaje por Bollywood.

Ocho años después, el mismo director sacude a Latinoamérica con otra comedia romántica, esta vez bajo la premisa de un amor entre un cálido y emprendedor hombre de 1.36 metros que le mueve el piso a una abogada divorciada que debe luchar contra ciertos prejuicios sociales a causa de la estatura de su “Romeo”. La química entre Guillermo Francella y Julieta Díaz hizo que se convirtiera el filme en superar la barrera del millón de espectadores en Argentina.

Tal fue la locura mediática que otros mercados se sumaron a darle su toque personal al mismo proyecto, esta vez desde Colombia y Francia, protagonizada por Jean Dujardin, el ganador del Oscar por “El Artista”.  

El turno le tocó luego a Chile con Nicolás López y una comedia sobre empoderamiento femenino titulada “Sin Filtro”, sobre una estresada profesional de 37 años de edad que descubre que puede mandar “las cosas a la m….” y liberarse de un dolor en el pecho que prácticamente la estaba matando, sólo por dejarse de todos los que de alguna forma u otra intervenían en su vida.

Este filme es como un una mezcla de “Falling Down”, de Joel Shumacher, con “Mentiroso, Mentiroso”, de Tom Shadyac; alguito de “God Bless America”, de Bobcat Goldwaith, con las atorrantes anécotas cotidianas que a diario vemos en los memes y videos de nuestra América unida, aunque a su protagonista como que le faltó un poco de la Frances Mcdormand de “Tres anuncios por un crimen”.

El guión de la chilena “Sin filtro” ha sido tan especial que España, con Santiago Segura (“Torrente, el brazo tonto de la ley”), dirige su versión con una extraordinaria Maribel Verdú; Argentina, con Natalia Oreiro, y su “Re loca”; México con Fernanda Castillo, los estadounidenses la tendrán con Eva Longoria y Panamá, la botó con una protagonista excepcional, Ash Olivera, y un título muy a lo nuestro: “Sin pepitas en la lengua”.



El resultado de esta tendencia es poder elegir como audiencia qué te gustó de todas las versiones, porque por alguna parte se puede encontrar para hacer la inevitable comparación. Sería un típico ejercicio de “benchmark” (es tan 2004), pero lo cierto es que la dirección trepidante de Segura supera a las otras versiones; las mejores actuaciones de su protagonista son las de Verdú (versión de España), Olivera (la panameña) y  Oreiro (en el filme de Argentina), aunque todas se destacan por ese enfado que no es por "estar en esos días".

Asimismo, agrada sentir que por el ritmo de edición y musicalización, la versión panameña gusta más y definitivamente la propuesta mexicana se distingue por su post producción “marketinera”, “tan 2018”.

El tono más gracioso y social, de pronto lo aporta la versión original, porque por ejemplo, la panameña abusa de tontos clisés para intentar complacer a la audiencia local y la convierte en un pastiche de chistes sexistas que provocan mayor reflexión en momentos en que los panameños buscan retomar campañas de buenos valores, y los enfrentas al irrespeto a personajes cuya referencia sexual se cuestiona en la actualidad; además de misoginia desmedida, abuso verbal hacia la mujer (la forma expresar “apaga esa mierda” funciona con cierta gracia en la versión chilena, mientras que en la local pareciera un comentario más de un macho de m…), lo que nos deja pensando si el humor panameño es “yeyé”, “raka”, “de pueblo” con sabor a obrero de construcción o “wannabe”, pero sin mayor gusto o sensibilidad por la buena comedia.

Ojo: No me opongo ni a los desnudos (si en algo aportan a la trama), las referencias gráficas sexuales, los estereotipos que enfatizan lo "amanerado" o las palabras sucias de cortesía, sino a la forma cómo integras esos elementos en la historia para “hacerte el gracioso”. De hecho, fíjense que en la versión panameña funciona mejor la escena de “picth de cuenta” en la agencia NOW donde participan el artista Jonathan Harker, la presentadora Estefi Varela, la diseñadora Eva Mondehard y el periodista y blogger Mauricio Herrerabarría... “es tan de cine panameño del bueno”.

Ahora que el experimento se hizo y creemos que fue positivo, sería interesante ver en el futuro una versión panameña de “Matando Cabos”, la chispeante comedia mexicana de Alejandro Lozano; “Nueve Reinas”, la pieza de colección argentina de Fabián Bielinsky; una versión de la sórdida “Tropa de élite 2”, de José Padilha; “The Hangover”, de Todd Phillips o “The Raid”, de Gareth Edwards, que por lo que estamos viendo en cine local, sí se puede y lo estamos apoyando, aún en su última semana.   

Por lo demás, al público no le importa si la "peli" original no es muy buena (no hay mucho qué elogiar sobre sus remakes, sin importar el país que la produzca), salvo que en nuestro caso es muy digno de aplausos el esfuerzo técnico y del elenco compuesto por Miroslava Morales, Diego de Obaldía, el siempre efectivo Randy Domínguez, Camila Aybar y Sara Faretra, pero sin duda lo que más me agradó es cómo la música popular panameña (Rabanes, Kafú Banton) fluye entre imágenes y situaciones bien conectadas por sus directores Juan Carlos y Carlos García de Paredes, reiterando que Ash es la luz que brilla en este filme, y tiene talento para estar en más y mejores producciones. 

Está más claro: el cine panameño sigue ascendiendo. Ya tenemos público que respalda, ahora falta afinar en las historias para estar en el lugar que nos merecemos.


                                  Ash Olivera y Randy Dominguez en una escena del filme.

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