martes, 18 de abril de 2017

“Trap”, narcotizante musical de amplio espectro








Rainer Tuñón C.

Dentro de la “disco” el sonido era grave, muy grave. La pista tenía una secuencia sonora agresiva, sucia, rítmica, que como grito de guerra, inspiraba a la horda hambrienta de carne, deseos lascivos entre sudores, el “rushing” y el canto hondo de lo que entienden ellos que es la “real vida”.

“…Sólo pienso en mi primero… Tirando billetes adentro del putero, pa’l carajo el amor verdadero, yo solo pienso en hacer dinero…”. Gritos, alaridos y más esencia feromónica daban espacio al romance entre lo explícito y los pecados de un sexo muy soez.

Lo curioso es que había democracia en el resultado. Hombres y mujeres acompañaban los coros, de lo que con orgullo me explicaban que era “Trap”, una revolución de sonidos callejeros que son el reflejo de lo que sucede en las calles donde no hay papá ni mamá.

Para ellos, el plato fuerte del baile era la tanda de Trap; para otros, se trataba un grito de libertad en medio de la opresión de sentirse marginal y sin posibilidades de triunfar por el camino difícil de la vida.

Estamos lidiando con un ritmo que pareciera que a los padres y abuelos incomoda, al punto del rechazo total, pero que en el sub mundo de lo popular, toma fuerza… en los “parkeos”, en las discos improvisadas, en las cantinas de los barrios perisféricos y en los smartphones de niños, adolescentes y adultos que también se enamoran de “cuatro babys”.

Sí, es un subgénero de la música urbana que se influencia por los elementos culturales propios del sur estadounidense de los años noventa. En su versión latinoamericana, pareciera sentirse más aberrante porque allí se entiende lo que se escupe y normalmente no sale de la boca de una generación que prefiere las cosas “a capella” o “sin condón”.

Musicalmente hablando, se trata de una generación de “bits” y pistas de sintetizador con “hi hats” dobles o triples que se adornan con toques sinfónicos en cadena y una dinámica oscura, triste y sentimentalmente sombría. De su génesis sonora, el Trap House o Trapathon, usa elementos de la electrónica suave con reguetón, y parece estar más cerca de lo conocido como “moombathon”.

Ni modo, este “flow” es el que pega “de una”, pero una cosa es la música, otra es la letra. Es que “Trap” como término en su origen, era conocido como el sitio en donde se vende drogas o como el acto mismo de venta de estupefacientes. De acuerdo con el estereotipo que tenemos de los barrios duros: ¿qué esperarían escuchar?

Denominarlo como nihilismo puro pareciera ser demasiada filosofía frente a algo que, sin tapujos, va penetrando las hendiduras mentales de esta generación.

En estos días, si abrimos el maletero del auto del “frenn”, lo más probable es que encontremos enormes bocinas, una amplificación de discoteca y, como música de fondo, ese ritmo rudo con letras que, al unísono, hablan de sexo infiel, deseos sexuales comprados con “cash” de la calle, prostitutas y su servicio, violencia contra la mujer, vida de pandillero, armas de guerra en manos de gente sin corazón, momentos duros en la vida en un “dealer” o cualquier acto criminal que se excusa con evidenciar las penurias de una población afectada por la falta de oportunidades. Eso sí, acompáñelo con “un chin de crispy” o en su defecto, “un blanco”, la caja de pintas de rigor y algo de "arrechera" para que el batido haga el efecto que parecen necesitar los más fieles creyentes.


¿Me gustan las letras del “Trap” famoso? definitivamente NO, pero no deja de sorprenderme cómo su base rítmica pega los cuerpos y mentes de una generación que, por falta de valores y estructuras sociales de respeto, huye despavorida hacia sus teléfonos celulares y se mete este tipo de estupefacientes que lo hacen llamar música de la “takilla”.

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