Rainer Tuñón C.
Dentro de la “disco” el sonido era grave, muy grave.
La pista tenía una secuencia sonora agresiva, sucia, rítmica, que como grito de
guerra, inspiraba a la horda hambrienta de carne, deseos lascivos entre sudores,
el “rushing” y el canto hondo de lo que entienden ellos que es la “real vida”.
“…Sólo pienso en mi primero… Tirando billetes adentro
del putero, pa’l carajo el amor verdadero, yo solo pienso en hacer dinero…”.
Gritos, alaridos y más esencia feromónica daban espacio al romance entre lo
explícito y los pecados de un sexo muy soez.
Lo curioso es que había democracia en el resultado.
Hombres y mujeres acompañaban los coros, de lo que con orgullo me explicaban que
era “Trap”, una revolución de sonidos callejeros que son el reflejo de lo que sucede
en las calles donde no hay papá ni mamá.
Para ellos, el plato fuerte del baile era la tanda de
Trap; para otros, se trataba un grito de libertad en medio de la opresión de
sentirse marginal y sin posibilidades de triunfar por el camino difícil de la
vida.
Estamos lidiando con un ritmo que pareciera que a los
padres y abuelos incomoda, al punto del rechazo total, pero que en el sub mundo
de lo popular, toma fuerza… en los “parkeos”, en las discos improvisadas, en las
cantinas de los barrios perisféricos y en los smartphones de niños,
adolescentes y adultos que también se enamoran de “cuatro babys”.
Sí, es un subgénero de la música urbana que se
influencia por los elementos culturales propios del sur estadounidense de los
años noventa. En su versión latinoamericana, pareciera sentirse más aberrante porque
allí se entiende lo que se escupe y normalmente no sale de la boca de una
generación que prefiere las cosas “a capella” o “sin condón”.
Musicalmente hablando, se trata de una generación de “bits”
y pistas de sintetizador con “hi hats” dobles o triples que se adornan con
toques sinfónicos en cadena y una dinámica oscura, triste y sentimentalmente
sombría. De su génesis sonora, el Trap House o Trapathon, usa elementos de la
electrónica suave con reguetón, y parece estar más cerca de lo conocido como “moombathon”.
Ni modo, este “flow” es el que pega “de una”, pero una
cosa es la música, otra es la letra. Es que “Trap” como término en su origen,
era conocido como el sitio en donde se vende drogas o como el acto mismo de
venta de estupefacientes. De acuerdo con el estereotipo que tenemos de los barrios
duros: ¿qué esperarían escuchar?
Denominarlo como nihilismo puro pareciera ser demasiada
filosofía frente a algo que, sin tapujos, va penetrando las hendiduras mentales
de esta generación.
En estos días, si abrimos el maletero del auto del “frenn”,
lo más probable es que encontremos enormes bocinas, una amplificación de
discoteca y, como música de fondo, ese ritmo rudo con letras que, al unísono,
hablan de sexo infiel, deseos sexuales comprados con “cash” de la calle, prostitutas
y su servicio, violencia contra la mujer, vida de pandillero, armas de guerra
en manos de gente sin corazón, momentos duros en la vida en un “dealer” o
cualquier acto criminal que se excusa con evidenciar las penurias de una
población afectada por la falta de oportunidades. Eso sí, acompáñelo con “un
chin de crispy” o en su defecto, “un blanco”, la caja de pintas de rigor y algo
de "arrechera" para que el batido haga el efecto que parecen necesitar los más
fieles creyentes.
¿Me gustan las letras del “Trap” famoso?
definitivamente NO, pero no deja de sorprenderme cómo su base rítmica pega los
cuerpos y mentes de una generación que, por falta de valores y estructuras
sociales de respeto, huye despavorida hacia sus teléfonos celulares y se
mete este tipo de estupefacientes que lo hacen llamar música de la “takilla”.
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