Rainer Tuñón C.
A finales de la
década de los 80’s había algo qué agradecerle al señor Alfred Hill desde
Darién, La Chorrera, Panamá, San Cristóbal, Antón, Río Abajo, Calidonia, en fin…
todo el país.
Sin importar los
temas políticos, la crisis económica o social y los límites de entendimiento
entre el régimen y sus consecuencias, en cada barrio, a cierta hora de la
noche, lo único que se escuchaba era una carcajada familiar con las sexy
ocurrencias de un grupo de comediantes que, desde que iniciaban aquellos créditos
de “Thames Televisión” y el inolvidable “Yakety Sax”, de Boots Randolph, no paraban de ofrecer un
banquete de irreverente hilaridad.
En esos días, en
Gran Bretaña, se preparaban para acabar con ese espacio llamado “El Show de
Benny Hill”, descrito como un Tabú, o “el tipo de programa sexista que hay que erradicar”,
mientras tanto, para el resto de los espectadores de 119 países que se divertía
cuando solía darle palmaditas en la cabeza a su compinche, el comediante
irlandés Jackie Wright, era la dosis necesaria que ponía a un lado tanto problema
real desde esa cajita alucinante llamada TV.
Curiosamente,
Benny, quien disfrutaba enormemente del vodevil, y esa pasión la trasladó a su
estilo de comedia, era fanático del comediante Jack Benny (de allí su nombre artístico). Su gran debut para la televisión fue el skecth titulado: “HERE’S MUD IN YOUR
EYE”.
De hecho, fue
uno de los primeros actores y productores que vieron futuro en la televisión, a
tal punto que, desde la década del cincuenta, enviaba guiones a la BBC y las
puertas formales se le abrieron para que arrancara su propio show hacia 1955.
Para Hill, la televisión le permitía esconder una de sus principales
debilidades: colocarse ante una audiencia viva lo ponía muy nervioso y no lo
dejaban ser.
En el cine, Hill
también tuvo sus grandes momentos. Participó en dos exitosas producciones: “Chitty
Chitty Bang Bang”, aquella popular comedia con Dick Van Dyke, basada en un libro del género fantástico escrito por Ian Fleming, el creador de James Bond, y en la primera
versión del filme “The Italian Job”, que años más tarde la popularizaron Mark
Walbergh, Charlize Theron y Jason Statham, bajo la dirección de F. Gary Gray,
el mismo director de “Rápidos y Furiosos 8”.
Charlie Chaplin
era un gran admirador de su trabajo, a tal punto que se conoció de una visita
de Hill al estudio de Chaplin, y de allí el que el mítico comediante dijera que
él coleccionaba en vídeo los programas de Benny.
"Hacía falta alguien como Benny Hill para renovar el slapstick",
comentaba Chaplin; sin embargo, algunos sectores de la sociedad de la época le atacaba
tildándolo de sexista, irrespetuoso de la imagen de la mujer y chabacano, a lo
que el comediante respondía: “Si mis comedias enseñan algo es que para el
varón, el sexo es una trampa. ¿Dónde está la perversión
en todo esto?"
Sus momentos
reconocidos, a parte del golpecito a la calva de Jack, eran el famoso “running
gag”, en el cual los personajes molestos con la ocurrencia de Hill lo
correteaban, las secuencias en cámara rápida en un plano opuesto para acentuar
el tono hilarante, y definitivamente el "yaketi sax" que quedaba en la mente
de cualquier seguidor de la serie.
Cuando
Thames Televisión le hizo la oferta de transmitir su show, Benny sintió mayor
libertad para crear y en las siguientes temporadas superó la meta de audiencia:
20 millones de espectadores, pero pero se le cuestionaba mucho sobre las mujeres
semi desnudas que aparecían como parte importante de su show, que provenían de
revistas británicas de la época y luego se hacían famosas ante millones de
espectadores que disfrutaban las ocurrencias del equipo de Hill.
Otro lugar común
en su acto era el constante anhelo del hombre por conseguir algo sexual o morbosamente afectivo de la mujer.
"Mis
aspirantes a amante nunca triunfan; un hombre con éxito no es divertido, un
hombre que fracasa sí lo es”, respondía el actor y productor sobre la relación
entre sus personajes y las mujeres que eran parte de cada escena que al final tildaban
de sexista.
Eso sí, Benny
siempre demostró ser un hombre muy culto, refinado, estudiado y actualizado en
todos los temas de interés general y ello se ve reflejado en cada parodia
producida durante las temporadas de su show.
Cuando niño
vivió con su familia en Southampton, uno de los principales puertos de Reino
Unido, fue lechero, conductor y mecánico en los momentos más difíciles de Inglaterra,
por los años anteriores y posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Una vez
logró la fama, se hizo conocer como francófilo y políglota, pues manejaba bien
el español, holandés, alemán y el italiano. Eso sí, se dice que prefería estar
fuera del radar de la fama, pues gozaba del anonimato visitando cafés, parques
y viajando en transporte público. No tenía auto y vivió alquilado en un
apartamento.
Su genialidad
era tan aplaudida entre los mejores cómicos del mundo, al punto que Hal Roach,
uno de los responsables de la carrera de los míticos Laurel y Hardy comentaba: “Yo
creo que hay solo un Benny Hill”, refiriéndose a los grandes del pasado y presente
en el género.
Benny Hill era
un maestro del mejor vodevil que, desde la televisión presentaba una gran
variedad de actuaciones que provocaban desternillante asombro en el público,
empujándolos al terreno de lo irreverente; tal vez por esa razón, sumado al
hecho de mantenerse en la línea de explotar la sensualidad femenina dentro de
su comedia, su estilo fue por muchos años un tabú para ciertas sociedades.
Revisando su
carrera, uno va encontrando ciertas perlas que dicen mucho de su talento, sólo
por el hecho de que figuras de fama mundial como Michael Jackson, quien lo
visitó durante una convalecencia en 1992 y el propio Chaplin, admiraban su
creatividad.
Alfred Hill falleció
un 20 de abril de 1992, sentado frente a su televisión y su cadáver fue hallado
cinco días más tarde en su apartamento den Teddington, donde vivía con su mamá,
que había fallecido poco antes que él. Tenía más de diez millones de dólares
como parte de su patrimonio, pero vivió 68 años haciendo reír al mundo, sin que
se le reconociera como la primera gran estrella británica hecha famosa por la
televisión, siempre creadora, inventora e innovadora, pero incomprendida y
fuera de la órbita de doble moral, para abrirle el camino a aquellos que se han
atrevido a romper esquemas en la diversión.
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