jueves, 7 de julio de 2016

Educación sexual en Panamá: ¿Quién tiene la razón?


Rainer Tuñón C.

La absurda diatriba que se coloca en el ojo público como consecuencia de la posible producción de una guía de educación sexual para beneficio de la población, a propósito de la discusión de una legislación que busca la adopción de políticas públicas de educación integral, atención y promoción de la salud, parece tener el mismo destino de una relación que enfrenta un embarazo adolescente no deseado por puro gustito, pero con falta de información razonada, presiones de grupo, mala comunicación y un pésimo sentido de planificación familiar, a pesar de su romántica intención.

Es cierto, y da pena leerlo de esta manera. La mayoría de nuestros abuelos y padres, como secuela de tabúes y posturas sociales mal tratadas, hicieron caso omiso en el suministro de una adecuada y oportuna información a nosotros como generaciones siguientes, y a su vez no somos capaces de reconocer que metimos la pata con nuestros niños y jóvenes en temas de sexualidad, sobre todo en una era en la cual los referentes sexuales son parte de nuestro día a día dada las deformaciones sociales que estamos experimentando, incluyendo la pérdida total de lo que entendemos son valores, derechos humanos y una bajísima espiritualidad disfrazada por temor a Dios.

Desde que se nos decían frases tan poco edificantes como: “recuerde mijita que si la tocan arriba, se abre la puerta de abajo”; “atento que apenas cumplas 17 te llevo yo mismo al putero para que te hagas hombrecito”; “deja al niño que le toque la nalga si para eso es hombre”; “deja a la beby menearse así va aprendiendo”; “no te afanes niña que cuando te ven mayorcita, cualquier marido conseguirás”, en realidad estábamos alimentando a esta criatura que en el contexto actual no permite que la sociedad avance con responsabilidad, compromiso y seriedad.

Este bache provocó que el sexo sin orientación seria se tomara la mente de todos, haciendo que buscáramos nuestros referentes por terceros fuera del hogar, internet y redes sociales incluidas. El lamentable panorama no tiene que ver con la fragmentación del núcleo familiar, comprende en realidad lo que dejamos de hacer como padres de familia y gente de bien por nuestros propios hijos.


Se presenta la oportunidad de detenernos a corregir, y de inmediato se propone una ley que, sin ser discutida a profundidad, provoca cuestionables gestiones paralelas que en realidad deberían surgir después del consenso como sociedad y la aprobación de la ley, para que tengamos una visión más clara de sus contenidos.

Ahora, me crea la duda, por ejemplo, sobre la conformación y el radio de acción de una Comisión Nacional de Salud Sexual y Salud Reproductiva, que tendrá dentro de sus objetivos, la vigilancia y el seguimiento de la disponibilidad de métodos de planificación familiar, pero que no sabemos quiénes la integran y cómo debería funcionar.

Asimismo, el supuesto análisis a conciencia de los artículos del 6 al 9 del proyecto de ley que plantean la interpretación sobre el derecho de la salud sexual y reproductiva reconocido por el proyecto a todas las personas, que sustentan una limitación al ejercicio de la patria potestad. Por todo lo anterior y algunas líneas más, creo que es necesario que aprendamos a no imponer la buena intención porque se cruza con la desinformación y lo único que crea es la división de bandos equivocados, y con ello le hacemos más daño a nuestras futuras generaciones.

Señoras y señores. Hasta para comunicar hay que detenerse unos minutos para comprender lo que no se está diciendo con alma, verdad y razón. A propósito, ¿Era necesario hablar de una guía sexual primero que la ley en este contexto? Creo que no. Preparemos bien los insumos para que una vez aprobada podamos tener la hoja de ruta clara y dejemos de leer a grandes titulares que nuestros hijos adolescentes no tienen control de sus hormonas y además quedan enfermos de por vida.




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