sábado, 11 de junio de 2016

Anomia social y los excesos de productos ciudadanos "internamente brutos"


Rainer Tuñón C.

Existe un porcentaje mínimo, pero muy importante, de lo que recientemente se le ocurrió a un colega denominar como modelo hacia una nueva forma de entender qué es "producto interno bruto". 

Esta interesante variable se puede fragmentar si analizamos el comportamiento de núcleos de población que, al margen de su formación académica o cultural, presentan todos los padecimientos que en sociedad cuestionamos sin darnos cuenta que, por la falta de un modelo educativo y socio cultural de aceptable nivel, nos enfrentamos sin herramientas de cambio a un mal crónico que aumenta en detrimento de nuestra anatomía como nación.

Contamos, por ejemplo, a una mano de obra poco calificada, hasta para trabajos fundamentales, como el cuidado de nuestros hijos, ancianos y familiares enfermos, sobre un salario exponencialmente aumentado dada la ínfula de una oleada migratoria que especuló sobre el tipo de servicio que ofrece y provocó que el mercado se abultara de trabajadores locales y foráneos residentes con mucha ambición salarial, pero sin aptitudes y actitudes correctas para el empleo.

Hay gente con problemas serios de cuestionamientos al servicio de transporte selectivo de pasajeros, no tanto por la llegada de ciertas innovaciones que tienen amantes y detractores, sino porque el sienten que el sistema no puso reglas claras y apadrinó la cultura del “no voy”. Al final, comentan: "tenemos al deficiente taxista y al mismo tiempo una uberizada respuesta que vive de la ilusión del servicio de calidad, cuando al final es sencillo, si el conductor es una bestia, no hay aplicación que le calme el instinto".

Por los buses, ni hablar. Cambiaste los artefactos, pero no las mañas del sistema. Al final, lo adquiere nuevo dueño, pero el daño hecho está. El "diablo rojo" no era malo, de hecho, identificaba culturalmente el sentir guapachoso de la ciudad. Era el sistema que jamás debió llegar a convertirse en un depredador de la selva de cemento.

Fondas y restaurantes tienen mano de obra calificada en extranjeros que derriten tímpanos dizque con una buena atención, cuando en realidad es una venta de valor agregado de ellos que identificaron las fallas por el absurdo sentido de "orgullo local" que no siente que debe servir, sino existe para que le sirvan. A veces es bueno darse cuanta que se puede trabajar con humildad y ganar mucho más dinero sin tener envidias pendejas por el "trato" del foráneo en este tipo de negocios.

Se cuestiona al trabajador de la construcción por provocar ese desagrado por sus afamados piropos, que además son apadrinados por una horda de machos "machotes" que no entienden que lo que hacen no es piropear. Señores: un piropo es una frase ingeniosa que se utiliza para adular, no para deningrar, insultar o irrespetar, sobre todo a nuestras mujeres, como gesto de galantería, y pasó de moda porque dejamos de ser ingeniosos y galanes.

He leído recientemente quejas en cuanto a los proveedores de servicios de promoción, comunicación digital, periodismo y publicidad, en donde tenemos serios inconvenientes entre clientes que prefieren pagar por servicios por debajo del estándar de precio local, pero sin una regulación costo efectiva, tomando en cuenta que los dueños de este tipo de empresas y los nuevos jugadores de la cancha, muchos de ellos extranjeros y otro tanto “talento” local sin mayor experiencia en este tipo de trabajos, atendiendo a una realidad de la economía local, ajustan sus montos y  provocan un “momentum” incómodo porque se paga por debajo de la calidad óptima del entregable.

Las demás asignaciones en sectores como contratistas, mensajería, servicios a domicilio y asistencias en comercios en general cuentan con una capa social de muchachos que desestimaron su esperanza académica por trabajar de lo que fuera, como si el sueño americano aplicara en la ganancia semana a semana en una tierra en donde se come tamal y chicheme. De esto, tenemos jóvenes que simplemente dejaron la escuela y encontraron refugio en actividades que dejan algo de plata y les permite vivir en "cuartitos", o con compañeros de habitación con las mismas aspiraciones en la vida, pero con la excusa de que lo hacen porque algún día les irá mejor.

Peor aún, nuestra población de “ninis” aún no encuentra el momento de demostrar si salen o no del prejuicio mediático sobre su estado de vagancia, si tienen oportunidades de crecimiento real, si se resignan a ser amos y amas de casa, o si la plata cayera del cielo para ir desapareciendo de la percepción colectiva que los acusa de ser una de las casas por la cual la economía no se mueve con mayor dinamismo.

La clase política no se escapa. La ausencia de egresados “cum laude” de sus respectivas "escuelas de cuadros", provoca un reciclamiento de viejas y podridas glorias, segundas opciones o el clásico “peor es nada” para mostrar cada  cinco años al electorado que los cambios son comportamientos realmente cíclicos y lo que nunca varía es que la visión de país está en el ojo retorcido de quien se enriquece.

Hallamos a una población que encuentra en el sexoservicio la calve del éxito para obtener de la manera más sencilla, lujos y demás placeres. Ojo, el marcado, que antes estaba muy vinculado a las “especialistas” extranjeras porque Panamá "es una lenteja", ahora cuenta con un importante impulso de locales – hombres y mujeres - que reclaman espacios perdidos, porque están en un momento en el cual no le rinden cuentas a nadie de su núcleo familiar o entre sus tutores sociales. Para ello, se promocionan en medios locales, páginas web, anuncios radiales o se presentan en casinos, bares y lugares de ambiente para presentar un menú ser oportunidades a los clientes. Este producto ya tiene demanda en poblaciones infanto-juveniles y las autoridades junto con la sociedad civil se enfrentan en una diatriba estéril sobre educación sexual cuando el problema ya no tiene punto de retorno, sino con educación.

En este mismo saco se encuentran los aprendices de corruptos que aprendieron de aquellos que en un gobierno son pillos y en otros héroes de la patria que disfrutan de cada “selfie” u homenaje por los logros alcanzados durante su generación de obras y proyectos.

Ah, sin duda alguna están los aspirantes a maleante, los "wanabí" maleante, chacalitos y chacalitas (de esas que usan tubi, franela y chancletitas) que encuentran en el lenguaje bajo lumpen un cómodo nicho para evidenciar que la ni escuela ni el hogar pasaron por cada uno de ellos y encima culpan a la sociedad por no darles la oportunidad para demostrar su talento. ¿De cuál talento hablamos? Hasta para ser maleante hay que estudiar, rezaba un verso de Rubén Blades.

Si a la justicia le permitieran trabajar, y los gobernantes no jugaran con los poderes del Estado, al menos el ciudadano tendría la esperanza de verlos presos luego de juicios realizados en estricto derecho, en vez de someterse a retenes innecesarios, detenimientos ilógicos por “actitudes sospechosas” o esa percepción de nuestros policías de que todos somos culpables hasta que después de la absurda medida cautelar y juicio apenas justo, se compruebe su inocencia.  

Y qué decir de esa masa interactiva, sin mayores funciones cerebrales que levanta el dedo en el coliseo de las redes sociales. Es gente de bien – me dicen-, que estudió, trabaja activamente, responde económicamente, pero perdió toda capacidad de construcción lógica de pensamiento para discernir lo bueno de lo malo antes de dar un “click” por una falsa imagen, un meme o un vídeo plantado por ahí.

Allí también cohabita lo que en su momento nos hizo recordar el profesor Danilo Toro cuando se refería en un medio de comunicación al estado de “anomía social” que estudió a través de Emile Durkeim, que deriva de la desorganización social como consecuencia de normas sociales que no tienen congruencia. Esto lo despreciamos, pero lo seguimos con morbo y malva cuando exponen a ciudadanos pelearse en plena calle o a estudiantes simulando sexo como travesura adolescente, y son filmados desde un teléfono para que los periodistas eleven su voz de protesta frente a estos actos grotescos que no tienen castigo terrenal.  

Peor aún, esa masa que encima apadrinamos los medios y sus profesionales, transpira hediondo racismo, xenofobia, discriminación sexual, fundamentalismo extremo, ignorancia dictatorial y un enfermizo fanatismo religioso que ya raya en lo inaguantable.

Peor, tanta información y tanta más ignorancia probada en cuanto a temas de referencia sexual. Ni leyendo el Kama Sutra o metiendo un chip el algún lugar (no imaginen), entraría información oportuna para que reflexionemos sobre nuestras conductas y dejemos de ser tan desafortunadamente ignorantes sobre la sexualidad.

Cuestionamos una delincuencia y un estado de sitio de la pobreza que realmente nos importa cuando esto revienta en nuestra puerta y Para colmo de males, tenemos a nuestros salvadores, un segmento interesante de sabihondos y culturetas, aspirantes y veteranos mercenarios, que dicen asistir al prójimo por un mejor país, sin mayor sensibilidad ante cualquier emprendimiento real de una clase limitada llena de dirigentes que sienten que nos echan perlas, por lo que además debemos agradecerles el aporte significativo a nuestro impulso mediocre por creer que el “status quo” actual está más que bien porque somos #Panamá.

¿No se han dado cuenta que el ADN nuestro tiene mezcla de todas las razas posibles y que además las preferencias de sexo, culturas, religión o ideas políticas se deben respetar aunque no se compartan?

Pareciera que estamos en un momento en que creemos que somos sabios analistas de todos los temas de interés, somos expertos en deportes, política, valores, y nos vanagloriamos de un sentimiento y orgullo patrio, falsamente nacionalizado por verdades que nos atrevemos a enfrentar con madurez, pero sobre todo, seguimos en ese estado cínico de rompedera que no nos permite ver en qué estamos fallando, porque, es cierto, tenemos que crecer en educación, pensamiento científico, critico, espiritualidad, y muchísima humanidad.

Si el conocido producto interno bruto se define como un instrumento macroeconómico para analizar en dinero el valor de nuestros bienes y servicios de final de demanda en nuestro país, el nuevo modelo de producto interno bruto describe a un ciudadano producido artificialmente -nacional o foráneo-, que comparte nuestro espacio geográfico, definitivamente posee mucha o escasa información, pero no la procesa para algún beneficio, es poco inteligente y cuenta con una impresionante deformación emocional.

“Por la ignorancia se desciende a la servidumbre, por la educación se asciende a la libertad”, inmortalizaba el abogado colombiano Diego Luis Córdoba y de veras que esta sabiduría sigue siendo universal.

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