Rainer Tuñón C.
Pocos autores en nuestra sociedad han sido capaces de hacer ver la realidad
de nuestra realidad. A veces, no basta ser testigos inertes de lo que hace la cajita soñada "UHD", cautivos de un control remoto “smart” o sentirse la presa fácil de pobrísimos caracteres colocados en alguna plataforma social digital para darnos cuenta que lo real puede
significar tanto con tan pocos o desatinados preceptos.
A diario vemos cosas reales en la calle, aunque algunas veces nos
parezca fabulesco. Luego me dicen, como consuelo de tontos: “fíjate que lo que
estamos viviendo como sociedad es el reflejo de una inevitable realidad que, acostumbrada
a no mirar con detenimiento, deja la pelota pasar para ver si alguna vez alguien
la agarra y nos ayuda a ganar el juego”.
Una realidad que no pasa de moda es sentir que las críticas no son
aceptadas como constructivas, y por ende, inválidas; más bien se interpretan de
inmediato como un ataque político para no reconocer realmente en dónde
estuvieron las fallas y qué se propone para mejorar.
Otra realidad asumida es que la realidad en sí galopa con estilo veloz y golpea sorpresivamente cuando elementos exógenos interfieren con el estado de las cosas y ello provoca que inmediatamente se elucubre la teoría de conspiración que elude al fin y al cabo un hecho del cual nunca
tuvimos control.
Hace poco leí un comentario de un científico que hizo catarsis sobre sus
frustraciones al ser incapaz de levantar un planificado constructo tecnológico que se enfrenta a una realidad
institucional de la mente política y financiera de quienes administran el Estado,
y para colmo de males pega otro coletazo explicando que el sector cultura puede gozar
peor suerte que la innovación en nuestra sociedad.
Si sentimos que nos encontramos en un punto de inflexión, no da para mucho porque además no se reconoce que existe una crisis entre los tomadores de decisión.
En las reuniones y espacios de interacción, se alude a que todo es un problema de valores, pero no hay acuerdos sobre cuáles valores, si los buenos que aparecen ahora como malos o los malos de siempre que en algunos casos pudieran ser buenos.
Por lo vivido y experimentado como ciudadano, pareciera que nuestra dermis mediocre, que se siente en zona de confort con la ley del menor esfuerzo, se convierte en estándar de calidad.
En las reuniones y espacios de interacción, se alude a que todo es un problema de valores, pero no hay acuerdos sobre cuáles valores, si los buenos que aparecen ahora como malos o los malos de siempre que en algunos casos pudieran ser buenos.
Por lo vivido y experimentado como ciudadano, pareciera que nuestra dermis mediocre, que se siente en zona de confort con la ley del menor esfuerzo, se convierte en estándar de calidad.
Y en esta realidad, ¿creemos existe gente que detiene el real conocimiento
de las cosas, echa a un lado la capacidad de análisis y comprensión de los
problemas reales, desatina con su visión prospectiva para la solución de
situaciones y provoca que nos ofrezcamos al sacrificio ante perfectos los ineptócratas
de siempre. Creo que sí.
Nos fascina llenarnos el buche con frases rebuscadas que funcionan a
la perfección cuando juntamos palabras para evidenciar nuestro bagaje en
discursos que nos muestran participativos y generadores de valor; sin embargo,
nos cuesta reconocer la realidad: si la cultura y la innovación son claves para
el progreso, ¿por qué aplaudimos tanto intento fallido, el engendro de productos
que carecen de calidad y seguimos mostrando versiones de una realidad que
necesita evidenciar profundidad sociológica?
La literatura panameña, aunque algunos les guste reconocer -medalla prestada y diploma sin firma incluido-, ofrece mejores
enseñanzas sobre nuestra realidad que lo que nos venden con éxito en la banalidad de la producción audiovisual que apela al "rating", a los "wichis" y a las glositas, es decir, "lo que al pueblo le gusta".
Recientemente se estrenaron producciones cinematográficas promocionadas por referentes culturales de nuestro bello país como productos imprescindibles,
emotivos y muy reales sobre la esencia del ser panameño y el resultado fue impactante, algunos quedamos en estado de “shock” no por el hecho de que estudiantes "yeyesitos" uniformados compren yerbita a plena luz de día en una comedia negra, o por ver el drama sin drama de panameños que viajen de este a oeste dentro de un bus en tres horas de recorrido sin que nos fijáramos que lo espeso del chicheme estaba en tan solo una escena muy real (la pasara de buses pequeña, llena y con lluvia en una ciudad que no le interesa con la tolerancia) o definitivamente un cuento "chorrillero" con un tratamiento pendejo ya visto hasta en vainas como "Talento de barrio", aquella del rapero boricua Daddy Yanqui.
Todos estos productos se sirven como el abreboca de una serie de
acontecimientos que suponen realidades, pero encebadas en clisés, versiones estereotipadas de lo que creemos es nuestro entorno, así como posturas poco navegables de una realidad que se nos ocurre percibir como real, y cuyas intenciones resbalan cual naipes
mal barajados de un mazo que pretende jugar a ganador.
Hace poco se convocó al público para que asistiera a un evento mal llamado mega producción cultural de impecable apuesta técnica y audiovisual,
pero completamente “flateado” en su ejecución artística. La sensación era como ver "Katz" y "A lorus line" o comprar un reloj marca "Cucci", por simple ortografía. El resultado de este ejercicio culturoso:
satisfactorio para quienes quieren hacer entender que están promoviendo cultura,
pero decepcionante para aquellos que necesitan sentir un espectáculo de nivel global
hecho por nosotros mismos.
Ojo, ya está harto dicho y criticado el impacto reputacional de las actuaciones políticas y económicas en nuestro histórico Panamá - aquel que reconoce a los "próceres", pero le sigue dando la espalda a Victoriano Lorenzo-, que fueran desnudadas y expuestas ante el mundo con tan sólo un "click", a propósito de una agenda que rebasa las propias ganas de crecer como economía de primer mundo en el selecto concierto de las grandes potencias mundiales.
Es cierto, la realidad es dinámica y cambiante, pero la cultura que nos estamos
propinando como sociedad nos prepara para distinguirnos menos por nuestras
cualidades reales.
Depende de unos cuantos, y tengo la esperanza en ello, cambiar el triste estado de sito que
percibimos como nuestra realidad, sin permitir que nos hagan sentir como los
cerditos que reciben las perlas de nuestros idiócratas, sólo por mencionar a lo que hacen estos dignos representantes del cambio político, cultural y de gestión social dentro
de una sociedad que intenta, a tiempo de "foul", que espera con escepticismo la ejecución de un plan bueno para nosotros, el pueblo.
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