jueves, 25 de junio de 2015

Poltergeist, o la necesidad de los sustos genuinos


Rainer Tuñón C.

¿Qué es lo que pasa cuando nuestras generaciones dejan de responder emocionalmente a una escena de miedo, ya sea violenta o de mucho suspenso?

Se supone que el género del terror causa sensaciones similares a las que experimentamos cuando nos ocurren  situaciones que nos hacen sentir miedo o algo de temor. 

En estas películas, la adrenalina, el sudor frío y el frenético ritmo de nuestro corazón se apoderan y así nos volcamos a expresarnos a través de sobresaltos, gritos o impavidez, entre otras manifestaciones, producto de la experiencia del miedo genuino.

El género del terror ha dejado de tener ese efecto, sin embargo la industria cinematográfica busca constantemente alguna fórmula, ya sea de fuente conocida, de mercados distintos al “mainstream” estadounidense  o a "remakes" de clásicos de terror, para darle alguna actualización y mostrar cierta vigencia  para que las nuevas generaciones disfruten de las emociones que fueron experimentadas décadas atrás.

Esta iniciativa de reciclaje intelectual no debería ser aplicada a ciertos productos, pues en algunos casos valdría la pena no retocar algo que siendo original era extraordinario. El resultado se puede apreciar -por ejemplo- en el calco de Gus Van Sant, cuando decide hacerle homenaje a “Psicosis”, de Alfred Hitchcock.

Ahora, este año, el director Gil Kenan (“La casa de los monstruos”) se las ingenia para entregar una nueva visión de “Poltergeist”, que según se discute, en su primera versión fue dirigida a media mano por Tobe Hopper (“La masacre de Texas”), su director de encargo, cuando a Steven Spielberg no se le permitió filmarla en paralelo con “E.T.” hacia 1981.

La historia sigue a la familia Bowen y la intromisión de fenómenos paranormales en la paz y tranquilidad de su nueva casa, en especial cuando la víctima es la pequeña Maddy (Carol Anne en la versión original).

Si bien es cierto, la nueva visión de esta saga de terror cuenta con su par de sustos y una edición en sincronía con la "feeling" de las nuevas audiencias, en su desempeño pierde color y tono, pues falla en el intento de levantarse como un digno homenaje de la original.

Las actuaciones sobresalen, pero el interés por la historia no sobrevive a un análisis de entorno socio cultural, tal y como lo plantearon Hopper/Spielberg, sin embargo al final queda la sensación de haber visto algo que asusta, pero no mete miedo.

En realidad, si preguntaran: ¿Qué clásicos del cine de terror han dejado sensación de miedo?, podría responder: “El exorcista”, de William Friedkin; “Alien”, de Ridley Scott; “La profecía”, de Richard Donner; “El enigma de otro mundo”, de John Carpenter; “La noche de los muertos vivientes”, de George Romero; “Posesión infernal”, de Sam Raimi; “Brain Dead”; de Peter Jackson y “Hellraiser”, de Clive Barker.


¿Y en estos últimos años? Pocos, pero destacaría: “Martyrs”, de Pascal Laugier; “Scream”, de Wes Craven; “La maldición”, de Takashi Shimizu; “las colinas tienen ojos”, de Alexandre Aja; “The descent”, de Neil Marshall; “Hostel”, de Eli Roth; “El exorcismo de Emily Rose”, de Scott Derrickson; “Tesis”, de Alejandro Amenábar; “Eden Lake”, de James Watkins y “La cabaña del terror”, de Drew Goddard.

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