Rainer Tuñón C.
El cine documental está concebido para ser
didáctico. Como expresión misma del cine, a través de la experiencia
audiovisual, el público recibe información que aporta su realizador para tener
un contexto histórico sobre un personaje, un acontecimiento trascendental, un
movimiento de época o simplemente el aspecto que más le llame la atención al
autor y le permita encontrar veracidad y compromiso social para beneficio de su
entorno.
Así, el documental se constituye en la memoria
audiovisual de cada cultura y, por ende, en uno de los registros que mejor ayudan
a encontrar elementos que fortalezcan nuestro sentido de identidad. Es que nació
con ese distintivo sólo por el hecho de recoger nuestra realidad y presentársela
al ingenuo habitante terrenal que quedaba maravillado en ese momento, que luego
pasó a la narrativa – ficción, y con la evolución misma del cine, a la
producción audiovisual, como la conocemos hoy día.
Pese a que el cine mismo nació del documental, la
respuesta del público con el paso de los años ha sido llevado a un plano donde
comparte con el periodismo el puesto de compilador histórico por excelencia,
pero relegado al rango académico, hasta marginarlo. Aún así, cada país
aporta en su catálogo de producción audiovisual, una serie de documentales que ahora
está siendo aplaudidos por un público que se interesa cada vez más por encontrar
aspectos que los lleven a la verdad de las cosas.
En el caso panameño, este año se han difundido tres
extraordinarios enfoques documentales que han sido éxito tanto de público como
de crítica cinematográfica en las plazas en donde se han podido presentar.
En el primero de los casos, la
realizadora Delfina Vidal, se enfoca en Marta Matamoros, una auténtica líder
sindical, conocida por haber fundado la Unión Nacional de Mujeres Panameñas y
siempre referente obligado como sindicalista y abanderada de los derechos de la
mujer.
Gracias a su condensado y eficaz relato con “La
Matamoros”, el público que logró apreciar este documento de memoria histórica
sobre las luchas por la conquista del salario mínimo y del fuero maternal en
Panamá, que fueron parte de la vida de nuestra gran gestora del movimiento
obrero.
Meses más tarde, le tocó el turno al director
panameño Abner Benaim, que logra abrir la puerta de la casa de Rubén Blades
para narrar con eficiente narrativa cinematográfica, detalles desconocidos en
la vida privada del cantautor.
“Yo no me llamo Rubén Blades” es
un registro necesario para entender y seguir aprendiendo sobre la historia de
un panameño del mundo, pero al mismo tiempo, una de las figuras públicas más
privadas de los últimos 50 años, gracias a un inusual tributo cinematográfico
de un director y productor panameño que conoce su oficio en el formato de cine y
un artista icónico que lleva a Panamá siempre en el corazón, que ambos aprovechan
para entregar un testamento de vida y obra que deja abierta la puerta para un
siguiente capítulo.
Mientras tanto, en las últimas
semanas, en la ciudad se habla de “Panama Al Brown: cuando el puño se abre”,
documental de Carlos Aguilar, que se centra en la historia del boxeador
colonense y que al mismo tiempo merece ser conocida entre todos los panameños,
tanto por su legado boxístico (fue el primer latinoamericano en ganar un título
mundial de boxeo; estuvo en el ranking de los mejores peleadores y estilistas
del ring y, definitivamente, es nuestro primer gran campeón en la historia),
como por el simple hecho de tratarse de un ciudadano de mundo, culto y
enigmático, que sedujo e inspiró a una escena parisina en pleno apogeo
cultural, con su encanto natural y extravagante estilo de vida.
En este caso, Aguilar ofrece a la cartelera
local un prolijo retrato documentado sobre la vida del connotado deportista, a
través del formato documental y el resultado es una pieza cinematográfica imprescindible
que abre la ventana para que importantes productores cinematográficos se
interesen por llevarlo al cine francés, británico o norteamericano.
El "pitch" (presentación breve de la
historia que pueda lograr que algún inversionista de cine se motive a producir
la película) para vender la película como mega producción parece ser sencillo
en estos tiempos: Un habilidoso boxeador, hijo de un esclavo liberto, cuyo
fuego apagaba con los puños en el cuadrilátero y encendía con pasión en los
cabarets parisinos junto a la diva de ébano, Josephine Baker, el can can y las
alegres fiestas de la época, se convierte, en un momento de derrotas boxísticas
y demonios personales, en el objeto del deseo del afamado Jean Cocteau, quien
enamorado de todo él, lo ayuda a recuperarse para una mítica revancha a 15
asaltos, esta vez con el apoyo de la diseñadora de modas Coco Chanel y los
intelectuales galos. La determinación y el amor hacen que regrese
triunfante a un combate de vida y muerte, dándole alegría a su Panamá con la
victoria de un campeón para la historia mundial del box.
El trabajo de búsqueda y recopilación de datos hecho por Aguilar en la dirección del proyecto convierte al filme documental en un diamante bruto que puede abrirse como la gran joya del cine panameño. Aguilar, al final, gana por nocaut, rindiendo un digno tributo a nuestro colonense, a quien el Estado debería preocuparle más en cómo resaltar su grandeza.
El trabajo de búsqueda y recopilación de datos hecho por Aguilar en la dirección del proyecto convierte al filme documental en un diamante bruto que puede abrirse como la gran joya del cine panameño. Aguilar, al final, gana por nocaut, rindiendo un digno tributo a nuestro colonense, a quien el Estado debería preocuparle más en cómo resaltar su grandeza.
La oferta documental que muestra Panamá
se puede convertir en una importante oportunidad para vender a grandes productores
historias frescas sobre fenómenos globales que salieron de una franja canalera
que sigue motivando al mundo entero con lo que ofrece. El cine es una expresión
creativa que bien concebida puede convertirse en un pilar en la economía del
país.
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