Rainer Tuñón C.
Parece que es muy fácil ponerse del lado del pueblo cuando se ha creado un argumento de propaganda política para ganar simpatías con un grupo de la población del cual necesitan de una alta validación social porque cuando haya triunfo, vendrá la ejecución de un plan “por el bien del país”, y al mismo tiempo, como que se pone de moda ser "socialmente responsable" el manifestar apoyo solidario por nuestros hermanitos pobres de los sectores más olvidados por la distribución sostenible de la riqueza del país y de las verdaderas oportunidades para crecer desde sectores populistas.
Muy criollo y aceptable es también usar referentes del comportamiento
social de una clase la cual sentimos lástima por lo marginal y además nos
resulta apropiado crearle personajes variopintos cuyas situaciones simulan ser
ridículas y graciosas, pero diseñadas con mucho despojo intelectual para
“satisfacer” a un segmento que siempre cae víctima del "rating" de la
televisión local, la radio, las redes sociales y del imaginario de genios
creadores de nuestro incipiente cine nacional.
Nos parece muy
“panameño” vernos reflejados en el sentir de líderes que se expresan con aquel
lamentable lenguaje sin filtros, aquel dotado de falencias educativas y
culturales, pero dizque estrictamente de la "canalla" porque es lo
más parecido a la “voz del pueblo”; sin embargo, cuando lo que conocemos como
la “real de la leyenda”, que no es más que esa voz particular, la mi barrio
crudo que truena y resuena, nos resulta un discurso lumpen, cargado de egoísmo
tipo “mendigo con garrote” y se desnuda de facto ante nuestras cámaras para
darle sazón al morbo generado por aquellos medios que exponen situaciones para
brindar la ilusión de fácil respuesta, como si fueran corregidurías.
En la comunicación comunitaria, una de las máximas que debemos entender
es que el sentido común ayuda a crear empatía con quien tiene alguna
dificultad, para así poder ofrecer una solución digna de sus problemas. De igual manera, se valora tener la capacidad, como seres más
humanos que somos, de comprender que se debemos lidiar situaciones difíciles
con rutas claras, escuchando de manera activa a los necesitados, entender la
raíz sociológica de la vicisitud, sin dejar pasar el hecho de que en muchos
casos, una promesa política mal entendida es contrato de palabra para nuestros
hermanitos -no parásitos- que esperan mejores días, luego de pasar por tanta
penuria, y que en su mayoría son conscientes de las responsabilidades
ciudadanas que deben cumplir.
Los gestores
políticos, sociales y culturales intentan solucionar contrariedades sin lograr
acuerdos, sin atender la profunda génesis. Pareciera que sólo ofrecen
costosas estrategias que no se ejecutan de la mejor manera, pues son
consecuencia de asesorías sin lupa que lamentablemente no entraban en la piel
de quienes todos los días sufren desde sus respectivas trincheras.
Este no es el
momento echar culpas o de ponerse en sus zapatos y además alabar casos de éxito
de gente que se salvó del barrio con educación, esfuerzo y sacrificio. Eso se
aplaude, pero sabemos que en esta sociedad existe gente con muchos recursos que
nada hace (¿parásitos?) y gente con ínfimas oportunidades sociales de salir del
abismo, que además se recuesta del pecho del gobierno, pero cuando el asunto
hace crisis, los etiquetamos por obra y gracia de nuestra percepción.
Por ello, sería prudente pensar mejor en el problema, entender la necesidad real y que la solución ofrecida por las autoridades y la empresa privada sea palabra que se cumpla con rapidez, humanidad y efectividad, al fin y al cabo, el pecado es de nosotros mismos, que no hemos sido capaces de eliminar de esta silvestre sociedad la chabacanería, el “juega vivo”, la visión clientelista y la egolatría, permitiendo que todo esto entre en nuestro sistema esta incurable enfermedad, como golpe soberbio del creer ser panameño, porque antes decíamos: mi gente de barrios mártires, y ahora, tengan o no la razón, los percibimos como parásitos.
EL CONTEXTO: Un grupo
de residentes de proyectos habitacionales de la renovación del popular barrio
de Curundú en la ciudad de Panamá, ha protestado por el mal estado de sus
apartamentos. Ellos han expresado su malestar por las deficiencias que han
encontrado en las residencias que fueron entregadas hace más de tres años y
solicitan la reparación, hasta la condonación de la deuda que tienen con el
Banco Hipotecario de Panamá. El tono de la protesta provocó opiniones
encontradas en la opinión pública luego que fuera difundidas noticias sobre
este tema.
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