Rainer Tuñón C.
Se reconoce a la criptozoología como
una pseudociencia que confía en relatos, leyendas, reportes oculares, avistamientos
y evidencias que carecen de rigor científico; sin embargo, sus historias pasan
generaciones buscando respuestas entre investigaciones paralelas a sucesos
científicamente comprobados, revisiones de revistas de sólido prestigio que
reportan fenómenos más allá de nuestro entendimiento, o definitivamente las
mejores series y películas sobre actividad paranormal y demás hierbas
aromáticas.
Desde el monstruo del lago Ness, los
rods, el Yeti, el Kraken, el Okapi y Pie Grande hasta nuestro propio ídolo
criptológico latinoamericano: "El Chupacabras", ha existido una morbosa
fascinación sobre todo por lo que este personaje ha podido hacer para robarle
la calma a cualquier vecino puertorriqueño, mexicano, colombiano, argentino y definitivamente, el panameño.
El cine B se está nutriendo de este
icónico monstruito, pero lo han llevado de paseo a través de lamentables proyectos, tanto de cine como de televisión, cuya máxima representación tiene como escenario perfecto la selva darienita, y encima toma como contexto el
mismísimo tapón del Darién, en donde el calor y las vicisitudes colocan a cinco turistas
que llegan a Panamá, se pasean por la cinta costera, logran hospedarse en un hotel con
todas las facilidades de fiesta, movida y diversión, buscan lo máximo en turismo
ecológico y de aventura en la misteriosa región; pero chocan inevitablemente con el mismísimo
“Chupacabras”, que dejó de alimentarse de animalillos, para comer carne y beber la sangre de sus parranderas víctimas.
¿Qué hemos visto por ahí sobre el
Chupacabras? Definitivamente aquellas cintas tituladas “Guns of El Chupacabra” y
“Chupacabra: Dark Seas”, así como las apariciones del mítico depredador en las series animadas de “El laboratorio de Dexter”, en
“Scooby-Doo” y definitivamente en un capítulo de los “Expedientes Secretos X”.
Ahora, el nobel director Alastair Orr
y su equipo de producción toman la rienda de este proyecto y quedan más que
entusiasmados con las posibilidades de fílmicas del país, pero creemos que dejaron pasar un detalle importante: hacer una historia coherente, distinta y de impacto, no esta monumental pieza de aburrimiento (escrita por Max Roberts), que presentaran
en clave de suspenso, que para colmo de males se enreda con una innecesaria secuela de clisés
absurdos del género, buscando alguna excusa para crear sustos apenas genuinos.
En el cine de terror de bajo
presupuesto, intentarlo no basta. Hasta la trilogía de “Sharknado”
o el serial de “explotation” llamado “Machete”, entendiendo su buen gusto por presentar
verdaderas basuras que divierten por lo absurdo, son piezas de fina edición al
lado de este ejemplo de cine chatarra que trata -sin éxito- de posicionar al país como centro de interés en cuanto a locaciones exóticas.
Lo peor del filme no es el hecho de
que sea la típica mala película que presentan como “filmada en Panamá”
(“Desnuda en la arena”, con Isabel Sarli al menos enseñó a ver el Causeway hacia 1969), que
tenga actores desconocidos que registran básicos modelos de interpretación, o
que mezcle la acción con el pseudo documental y cierre con el clásico formato
de “noticia de última hora”, valiéndose de las redes sociales como elemento
innovador, sino la referencia perversa del título para satisfacer el gancho
marquetero de las audiencias fuera de Latinoamérica, refieriéndose al término
“Indigenous”, como profesando al carácter mismo del mito y su aparente relación
originaria.
Posiblemente, lo que guste a ratos
sea la presentación misma del monstruo; sin embargo, si han visto aquel placer
culposo llamado “Especies” (por cierto, dicen que la aparición en Puerto Rico
del Chupacabras se dio cuando la estrenaron en 1995, por ello creen que se parece al
personaje de Sil, encarnado por Natasha Hernstridge), "El Descenso"
de Neil Marshall y la saga del “Señor de los Anillos”, que haga posar al Golum
o a cualquier orco, definitivamente desaparece gradualmente la fascinación en
la gran pantalla por este fenómeno cultural que acaparó titulares en diarios y
programas sensacionalistas cuando no había noticia de interés qué publicar.
Hay cine peor, es cierto, pero ¿para
qué ver más de lo mismo con la excusa de que se filmó en el istmo?
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